La ubicación de Portomarín a la vera
del río Miño, en la ruta del Camino Francés, hizo de él uno de los
nucleos urbanos más conocidos por los peregrinos que venían desde
toda Europa a Compostela. Su señorío fue ejercido durante muchos
siglos por los frailes de la Encomienda Militar de San Juan de
jerusalén, quienes velaron el paso del río, pero lo que le daba un
sentido especial el puente medieval, por el que atravesaban el
Camino de Peregrinación.
Este enclave urbano experimentó una mudanza decisiva en la década de
los cincuenta, que obligó a Portomarín a cambiar su faz urbana. La
construcción del embalse de Belesar anegó el antiguo pueblo, que
tuvo que ser desplazado a la parte más elevada de la margen derecha
del río. Uno de sus edificios más emblemático y valioso, la iglesia
de San Juan, fue trasladado, piedra a piedra, al nuevo asentamiento.
El resto del caserio y el viejo puente quedo sepultado por las aguas
del pantano, solo visible en épocas de estiaje.
Un
texto del viajero Cunqueiro lo evoca en el tránsito entre estas dos
vidas, cuando allí llega, cabe el "ancho Miño", caminando desde
Piedrafita: "el arco de la antigua Ponte MIña preside la corriente.
Otro junto a la orilla derecha, lo están desmontando con la ayuda de
una grúa. Construyen el elevado puente nuevo junto el actual. En lo
alto, blanca, la nueva villa, con aire de cuartel o de casas baratas
de suburbio (...). Cruzamos el puente y por donde está ahora el
desnudo solar en que se alzó la iglesia de San Juan, nos perdemos
por las estrechas callejas, Santa Isabel, Santiago, Rua Nova...Todo
quedará sumergido, porchas, balcones de hierro en los que florece
una maceta clavel rojo, esas parras que sombrean un salido, las
pequeñas galerías al sol de mediodía.
-¡Alá enriba darános millor o vento!-,
me dice una anciana"
Ahora, la anciana se ha trasmutado en memoria de Portomarín que fue,
aquel que está bajo las aguas del embalse, para loor de la luz que
barrió la noche de la faz del mundo.
Volver.